Noelle todavía podía recordar la horrible discusión que sus padres mantuvieron la última vez que permanecieron en la misma habitación. Era un recuerdo triste, pero a la vez el último que conservaba de los dos. Se dijo a si misma que era imposible que las palabras que oía a pleno grito a través de la puerta eran de sus padres, tan hostiles, destilando tanto odio… No, definitivamente no podía creer que aquellas personas fueran ellos. Con un estridente portazo, toda la casa quedó en silencio, y Noelle temblando, acurrucada y pegada a la puerta de su habitación.
Semanas después, sus padres se divorciaron. Aun así, ella seguía implacable, no dejando ver a nadie el sufrimiento y la pena debido a las circunstancias por las cuales pasaba. Sus notas no empeoraban y siempre se mantenía al margen de cualquier problema. Así era Noelle, o así quería ser. Una persona que no diese problemas, de la que todos estuviesen orgullosos. Y a ella le agradaba, recibir felicitaciones y ser el centro de atención por lo tenaz y brillante que era. Ahora, eso ya no parecía importar mucho. Todo había quedado eclipsado. A nadie le importaba que Noelle sacase buenas notas sino, la pobrecita Noelle "¿Cómo debería estar pasándolo? ¿Sabe ella que su padre engañó a su madre con la señora Fells?" Claro que ella lo sabía, se había enterado el mismo día que todo el dichoso pueblo. Los gritos eran tan fuertes que el único que no se enteró era el campesino que vivía a tres kilómetros a la redonda. Mostraba indiferencia a las miradas curiosas que se posaban en ella. Noelle nunca contestaba a las preguntas, por lo que en pocos días se limitaron a eso, mirarla como si fuese un hámster encerrado en una jaula.
Poco duraría aquella situación. Su madre, Diane Roux, decidió que lo mejor para las dos era marcharse de aquel lugar. Diane era una mujer asombrosa a los ojos de Noelle. Aunque su edad rondase los cuarenta, nunca se dejaba de asombrar por su belleza y fortaleza. Dos características de las que ella carecía o eso pensaba. "Nos hará bien a las dos" aseguraba su madre "Podremos dejar por fin todo esto atrás".
Noelle no era estúpida, sabia cuál era el motivo por el que su madre quería mudarse del pueblo. Una mañana en la que su madre había salido, llamaron a su casa. Por casualidad lo cogió y después todo se vino abajo. Su padre no contaba con que ella descolgase el teléfono, pues a la hora que llamó estaba aún dentro del horario lectivo. Las amenazas, los insultos… Aunque no fuesen referidos a ella, los sintió como mismos.
Cuando su madre volvió, decidió no contarle nada al respecto…, pero si tenía ganas de saber cuándo empezó a recibir amenazas de aquel monstruo, que desde ese momento dejó de creer que fuese su padre. Aun así, no se atrevió a preguntarle, no quería recordarle ni infringirle más dolor. Y si ayudarla a escapar del infierno era todo lo que podía hacer, lo haría con sumo gusto.
Le sorprendió que en mitad de la mudanza su padre no irrumpiese ni una sola vez. Robert Roux no era un hombre que se rindiese a la primera de cambio. De hecho, si algo había heredado ella, era el carácter cabezota de su padre. Noelle no podía comprender el motivo de aquella extorsión. En el juzgado, su padre no exigió su custodia, pareció importarle poco, y todas sus condiciones fueron aceptadas. Entonces, ¿por qué? ¿Simple venganza, le había jurado una vida de infelicidad por osar dejarle? Ella seguía sin comprenderlo. Pero su vida empezaba de nuevo, con la mudanza y el cambio de instituto. Con todo.
Dejando Spring Hill atrás, echó un último vistazo por el retrovisor del coche. Aquel era el pueblo en el que había crecido, donde había pasado sus diecisiete años más felices. Pero irse de aquel lugar era necesario, la vida no permanecía de un modo estático, y tarde o temprano, todo tenía que cambiar de rumbo.
El viento que se filtraba por la ventanilla le azotaba en el rostro y removía sus cabellos castaños. Tenía la mirada perdida en el paisaje, pensando en cuánto le quedaría para dejar de ver el campo verde, para que quedase hundido bajo los grandes rascacielos que pertenecían al lugar que ahora sería su nuevo hogar. A medida que recorrían los 250 km que las separaban de Spring Hill hasta su nueva ciudad, se dejó impresionar.
Había oído hablar de Chicago. Era una de las ciudades que quería visitar en un futuro. Nunca contó con que la vería tan pronto. Su madre tamborileaba los dedos en el volante mientras conducía. En una semana, no paró de contarle las ventajas de mudarse a aquella ciudad. Que el ascenso que le habían ofrecido en su trabajo las ayudaría. Ese ascenso contaba con un apartamento bastante grande, todo pagado y un sustancioso aumento en su nomina.
Se preguntó cómo es que ese ascenso se lo habían ofrecido en un momento tan oportuno
-El ascenso me lo ofrecieron hace meses,-había explicado entonces su madre-pero lo rechacé momentáneamente debido a que…, bueno, todo esto aún no había ocurrido.
Aunque había visto mil veces aquella ciudad en la televisión, no pudo evitar sorprenderse con las maravillas que ante ella se alzaban. Tanta gente aglomerada, el ruidoso ajetreo urbano, y aquella luminiscencia que ni de noche desaparecía. Si, aquello era una ciudad. Olía a humo y se podía ver el hollín incluso. El ambiente cargado y los sonidos incesantes.
Su madre condujo por calles muy transitadas, explicándole a Noelle, que eso era el centro. Diane trabajaba en una empresa de editoriales, y viajaba a menudo para promover campañas y afianzar lazos con otra editoriales. Incluso para promocionar libros juveniles, la empresa la enviaba determinados sitios.
Noelle siempre había querido ir con ella, aunque sus viajes fueran express o incluso de un sólo día. Envidiaba el que estuviera todo el día viendo ciudades, etc.
-Es más de lo mismo.-le dijo en una ocasión-Coches, ruido y personas. No veo más nada... ¡Bueno, y libros!
Habían dejado atrás los edificios altos, que ocasionaban vértigo y tortícolis a Noelle, para dirigirse a una zona de apariencia más tranquila. Cruzando calles y carteles de barrios y distritos que citaba el GPS sin parar, encontraron un semáforo en rojo, que dio tiempo para que Noelle lo examinara todo más detenidamente, como una mariposa un campo de flores. Estaban ahora en el sur de la ciudad, donde no se respiraba tanto hollín, pero seguía habiendo un ambiente cargado.
Era más del medio día y ya comenzaba a tener hambre, pero Diane no paró. El semáforo cambió permitiendo el paso a los vehículos.
-Enseguida llegamos-dijo entonces Diane.
Noelle no dijo nada. Era extraño, todo. Sentía cómo si estuviera de viaje, mirándolo todo con curiosidad, pero pensar que esa sería la imagen que vería todos los días la deprimió ligeramente. Echaría de menos su casa y vecinos en Spring Hill.
Llegaron entonces a Chicago Lawn, donde los edificios de diez y doce plantas sobraban y las casas propias abundaban con sus respectivos jardines y garajes. Los árboles rodeaban la carretera por donde pasaban y Noelle reprimió el impulso de bajar la ventanilla y tocar las hojas de éstos.
-Es la calle de al lado-aseguró Diane con una sonrisa en la boca.
Noelle abrió los ojos, impaciente. No sabía qué se esperaba, realmente, pero era como todo lo que había estado mirando la última hora. Un edificio grisáceo y azul se alzaba ante ellas.
-¿Es aquí?-señaló el edificio.
La calle resultaba depresiva a primera vista, sin jardines ni garajes como las que habían dejado atrás. En fin, esto era Chicago.
Diane asintió y aparcó el coche entre dos motos de aspecto robado. Noelle intentó apartar pensamientos desagradables de su mente, y una vez motor apagado, salió del coche, apoyando por fin sus pies tras casi tres horas de trayecto.
El frío le impactó en la cara en un primer momento, pero sólo fue una ráfaga de viento. Estaban en Otoño, apunto de empezar el curso. Su madre lo había hecho adrede, pensó disgustada.
Con dos maletas mínimas y una bolsa con comida para llevar, dejaron el coche en el asfalto y entraron en el edificio. Noelle mirando arriba, al cielo nublado, de repente sintió un aire cálido rozando su pierna y subiendo hasta el dobladillo de los pantalones cortos. Miró curiosa. ¿Alcantarillas humeantes? ¿En serio?
Empezó a echar de menos su casa. Se sintió de repente agradecida al ver el ascensor. Abrió la boca para preguntarle a su madre qué piso era, pero Diane se adelantó.
-Es el séptimo piso, el último. Es un ático precioso, seguro que te gustará.
Subieron al ascensor, con pintadas extravagantes y sonidos de engranajes. Tenía aspecto de haber sido muy moderno en su día. Igualmente, agradeció la presencia del elevador, pues subir a un séptimo cargando con todo era uno de los primeros temores que su estomago percibió al cerrarse las puertas metálicas de éste.
Una vez en la planta más alta, se oyeron gritos de las plantas inferiores, y una música repetitiva a lo lejos. Noelle miró a su madre. Pero ella estaba ocupada metiendo la llave en la cerradura, que se resistía. La suya y otra al otro lado del ascensor eran las únicas puertas de aquel piso. Aunque le daba la impresión de que estarían solas.
Cuando entraron, lo escudriño todo. Su madre se apresuró a encender la luz, pero no hizo mucha falta. Era luminoso y amplio. Con un enorme salón-comedor que conectaba con la cocina a través de una barra americana, con tres taburetes altos. Estaba casi todo tapado; el televisor, la lámpara de esquina y el único sillón que había. No podía parar de comparar aquel apartamento, que aunque era de lo más espacioso, no se podía asemejar a la casa que tenían en Spring Hill. No tenía ese olor a calidez y frescor, ni las paredes con sus fotos de pequeña o sus vacaciones familiares.
Inspeccionó todas las esquinas de aquel lugar, como si esperase encontrarse con alguna mala sorpresa. Pero lo único que encontró fue su propio anhelo.
Decidió darle una oportunidad, y dejando a su madre abrir las ventanas y cortinas de la cocina, fue al pasillo, al lado del comedor, en el que había un baño pequeño escondido y unas escaleras de caracol. El piso era moderno, se dijo, a tiempo que subía.
Escuchó a su madre hablar para sí misma abriendo cajones por doquier. En la parte de arriba, un pequeño descansillo separaba tres puertas. Una a la derecha, otra a la izquierda y otra en frente. Se apartó el pelo de la cara al entrar en la habitación de la izquierda, la más amplia. Asintió para sí, diciéndose que esa sería de su madre. La puerta del centro era un baño, bastante más grande e iluminado. Entró entonces en la habitación de la derecha.
Se quedó asombrada. Su cuarto en Spring Hill no era tan grande, recordó. O eso, que aún no te han traído los muebles, Noelle, se dijo.
Sólo estaba el esqueleto de la cama, sin colchón. Entró y dejó su maleta en el somier. Se acercó a la ventana, grande y sin cortinas. La abrió con fuerza, y ésta se resistió. Tiró de nuevo, abriéndola y dejando que el aire de fuera llenara la estancia. Las vistas eran preciosas; el edificio de al lado y el callejón de abajo.
Soltó un bufido y asomó medio cuerpo fuera, sopesándolo bien, no tenía mucho peso y su equilibrio podría traicionarla.
-¡Noelle!-su madre desde abajo la llamó-¿Dónde estás?
Se escucharon pasos y en un segundo estaba ya en la puerta, mirándola. Sonrió.
-¿Qué, te gusta?
Noelle miró una vez más al techo y paredes. Ése sería su cuarto ahora.
-Bueno, si te asomas lo suficiente puedes ver a los coches pasar por la calle.-contestó.
Diane rió. Iba a decir algo, pero fue interrumpida por un sonido chirriante y robótico.
-¡Los de la mudanza, seguro!-bajó apremiante las escaleras.
Noelle la siguió, más lentamente, claro. Las escaleras de caracol no eran su fuerte. Una vez abajo, escuchó voces. Los hombres de la mudanza cargaban con muebles básicos y cajas, muchas cajas. Noelle ayudó, plantando una sonrisa de simpatía en su cara.
Al cabo de quince minutos, estuvo todo en el salón. Diane pagó a los hombres.
-Gracias-cerró la puerta y fue directa a la cocina-¡Me muero de hambre!
Noelle fue donde ella, hambrienta también.
-¿Qué vamos a comer?-preguntó.
-Alitas de pollo con ensalada.
De una caja que ponía "Vajilla" sacaron un par de platos, vasos y tenedores. Comieron en la barra americana, donde previó Noelle sería donde comerían siempre. La mesa del comedor daba miedo cuando eran solo dos personas las que comían.
Diane alzó un folleto por el aire.
-¿Qué es?-preguntó Noelle, arrebatándoselo a su mano.
Leyó la minúscula letra y se fue poniendo pálida.
-Instituto Oak Lawn... Es bueno, o eso me han dicho. Lo único malo es...
-¡Uniforme!-declaró Noelle, indignada.-Ni hablar, mamá. Olvídalo.
Dejó a un lado el folleto con la esperanza de que su madre sacara otro y otro hasta que alguno la convenciera. Pero no fue así.
-No está tan mal.-dijo Diane volviendo a coger el folleto-Además, ya estás inscrita, no hay marcha atrás.
-¿Qué?
Noelle no se lo podía creer. Ya era suficiente todo lo que había hecho, aguantando y callado para encima tener que ir a un instituto en el que se llevara uniforme... Seguro que era de esos institutos en los que parecían muy pijos pero mirando en la ciudad en la que estaban, no eran más que uniformes que tapaban el desastre.
Dejó con fuerza el tenedor en el plato.
-No pienso ir a ese...
-Empiezas mañana, Noelle-su madre no la miraba-No hagas un drama de todo esto, por favor. Me costó mucho que entraras en este instituto, es tu último año y las matrículas estaban todas puestas, no había plazas.
-De hecho sí que había.-dijo fríamente.
-Noelle...
Se levantó del taburete, ahora enfadada.
-¡No, mamá! He estado todo el verano callándome las cosas, aguantando los juicios, las noches en casa sola mientras tú estabas trabajando. ¡Ni siquiera me he quejado de mudarnos a más de 250 km de casa!-cogió aire. Estaba soltando su rabia acumulada, y sabía que no era justo, pero había callado bastante.-No me consultas nada; ni la ciudad, ni el piso, ni el instituto-enumeró con los dedos.-No es justo. Ya te he aguantado demasiado.
Diane la miraba ligeramente amarilla. No era por la comida, claro estaba. Dejó con delicadeza en tenedor en el plato.
-No había un instituto mejor. Si te molesta el uniforme, lo siento, pero es lo que hay.-clavó su mirada en el plato de ella a medio acabar.-Todo esto es muy complicado, Noelle, quiero que entiendas que...
-Pero ya lo entiendo, mamá-le interrumpió exasperada-Eres tú la que no me entiende.-Noelle suspiró, un momento de derrota se apoderó de ella-¿Sabes? Déjalo. No tengo ganas de nada, estoy cansada del viaje, me voy a la habitación.
Cogió una caja que ponía "Ropa Noelle" y otra más pequeña que ponía "Noelle".
-¿No vas a comer más? Apenas has tocado el plato.
-No tengo hambre-respondió, subiendo al piso de arriba y encerrándose en el cuarto, ahora con un colchón.
No podía creerse que le hubiese hablado así a su madre. Nunca la había tratado de ese modo. Pero a medida que crecía, sentía que necesitaba que se la tomasen más en cuenta. En realidad, el instituto era lo que menos le importaba; no había oído hablar del Oak Lawn en su vida y el hecho de que llevasen uniforme…; le parecía una estupidez. Todo lo que le había puesto de los nervios era la actitud de su madre.
Dejó las cajas en el colchón y empezó a desempaquetarla, tirando de las cintas marrones y pegajosas. Dejó la caja de la ropa a un lado y abrió la que le interesaba; sus cosas.
Libros, recuerdos y sus CD's. Todo lo de aquella caja era muy preciado para Noelle... Desde el ridículo llavero de peluche de Micky Mouse hasta su ejemplar de "It's Kind of a Funny Story".
Lo cierto era que su enfado no era con su madre, sino consigo misma. Le molestaba que la gente pensara en ella como algo frágil, dependiente e inútil cuando no lo era. Su madre se la había jugado por última vez, se dijo suspirando.
Ya no había marcha atrás, ése era el reto. Primera parada, el Oak Lawn. Se acercó a la caja de su ropa, intuyendo la astucia de su madre. Entonces lo encontró; el asqueroso uniforme.
Lo puso sobre la cama, admirando lo que llevaría durante prácticamente todo el curso. Con una camiseta blanca como la cal, una falda y un suéter fino. Excepto la camisa, todo se tornaba gris y azul oscuro, deprimente. El emblema del instituto parecía una secta. Un pez bordado sobre un círculo mayor, estrellas y el título del instituto.
Reprimió las ganas de tirarlo por la ventana. Se sentó sobre él, arrugándolo todo lo posible y se tumbó, con intención de leer, pero antes de que quisiera darse cuenta se estaba durmiendo.
Le pareció extraño despertarse en una casa que no era la suya de toda la vida, pero en poco tiempo se lavó la cara y delante del espejo, se puso el uniforme.
-Horrible-se halagó a sí misma en el reflejo del baño.
Era más horrible aún puesto que colgado en el perchero y que ella lo llevase tampoco hacía que mejorase la situación. Le quedaba ligeramente grande y el que la falda fuera corta le hizo pensar que la presidenta del consejo estudiantil sería una chica provocativa. Atusó la camisa sin dejar ninguna arruga en ella y se puso unas medias oscuras hasta la rodilla. No estaban obligadas, pero se las puso igual, debajo de sus zapatillas.
Sin mis Converse no soy persona, se dijo. Ahora que se miraba recordaba las típicas series de adolescentes pijos que llevaban uniformes. Se peinó el pelo como pudo, haciendo varios apaños a la cabellera castaña, pero volvió a su estado natural en cuestión de segundos, cuan suave y ondulada era.
Armándose de valor salió a de la habitación. Tenía mucho nervios, aunque se esforzara por no mostrarlos. Cuando bajó, observó que más de la mitad de las cajas estaban ya abiertas y vacías. De repente se sintió mal por no darse cuenta de todo el trabajo que tenían y del que se había escaqueado. Los muebles estaban en una posición provisional, aunque quedaban bien ahí.
Entró en la cocina. Su madre la esperaba tomándose un café, apoyada en la encimera. Cuando la vio aparecer hizo un amago de atragantarse con el café, y la miró de arriba abajo.
-Vaya, te queda...-empezó. Pero no terminó.
-Horrible, ya lo sé-cortó secamente.
-No, iba a decir diferente–contestó su madre dando otro trago al café. Noelle se acercó a la encimera y cogió una manzana.
-¿Qué esperas? Tengo clase y no tengo ni idea de dónde queda este maldito instituto. No parece un día muy prometedor–su madre se rió ante el comentario y le dio un último trago al café depositando después la taza en la encimera.
-Vete bajando, yo voy ya–cogió las llaves del coche y las metió en el bolso.
Noelle la siguió por detrás metiéndose la manzana en la mochila. Será un día largo, pensó.
Ya en el coche, no evitó dejar de memorizar las calles. Eran tantas, todas cruzadas unas con otras… ¿Cómo la gente no se perdía?
-Noelle, ¿me escuchas?–preguntó su madre con impaciencia. Noelle se giró para mirarla.
-Perdona, ¿qué decías?
-Te decía que llegaré un poco tarde a recogerte. Seguramente mi jefe me entretendrá enseñándome la oficina y todas esas cosas aburridas.
-De acuerdo.
-Me esperarás hasta que llegue, ¿entendido?
-¿Adónde narices vas a ir?–se quejó entonces. Pero al ver la expresión de su madre, se retractó–Perdón, mamá. De acuerdo, te esperaré en la salida.–su madre suspiró.
-Bien, ya estamos llegando.
El edificio no era muy diferente al del instituto que había en Spring Hill. Salvo los graffitis que había en el muro exterior. De repente un miedo la recorrió entera. Aquella era una ciudad muy complicada para alguien que viene del humilde y cálido Spring Hill. El aparcamiento estaba plagado de motos y coches de colores llamativos y algunos parecían exageradamente alterados. Tuneados, como el edificio, vamos.
Se miró a sí misma. Iba arreglada y por supuesto desentonaba muchísimo con las chicas que acababa de ver pasar, cuyos diseños propios del uniforme daban asco. Escote, bragas y tatuajes, eso es lo que se veía. Las de su curso serías las peores, pensó, pues eran las de último curso.
-Déjame aquí.-dijo Noelle, adquiriendo un color verduzco.
Salió del coche sin despedirse apenas de su madre. Menuda manera de empezar mi nueva vida, pensó mientras cruzaba la carretera. Aunque sabía que nadie la achantaría, decidió que permanecería callada a no ser que se le fuera la lengua. Lo único que tenía en común con esta ciudad era que tenían carácter.
Con un rugido atronador, Dean Lonner entró en la parte norte del aparcamiento del Oak Lawn subido a su querida Yamaha R6, negra, brillante y deseada. Hizo un caballito y paró frente a la puerta. La mayoría de alumnos habían entrado ya en clases, hace diez minutos, cuando había sonado el timbre.
Un grupo de chicos, de apariencia peligrosa se acercaron a recibirle entre salvas y aplausos. El aludido se quitó el casco y meneó la cabeza, dejando al viento su pelo rubio oscuro, casi castaño. Las chicas veteranas del instituto lo reconocieron incluso antes de que se quitase el casco. Dean Lonner era toda una leyenda en aquel lugar.
Posiblemente el chico más apuesto, más atrevido, más amenazador y con las pestañas más largas de aquel lugar. Era el rey, ellas lo sabían, él lo sabía. Un chico centímetros más alto que él se acercó y le dio una palmada en la espalda.
-Tío, ¿desde cuando usas casco? ¡Menuda mariconera!–replicó y el resto del grupo le rió la gracia.
-Sí, qué gracioso, pero prefiero no pagar una multa de mierda por no llevarlo–su tono era tan acerado y peligroso que el grupo entero cesó las risotadas en el acto–¿Veis?, ya no hace tanta gracia, ¿a qué no?
-Que era una coña, joder–dijo su compañero bromista.
Dean se bajó de la moto, poniendo el casco en el hueco del asiento.
-Claro Aarón, pero la próxima vez las coñas se las haces a tu puta madre, ¿entendido?
Aarón levantó las manos en signo de rendición.
-Vale, vale, menudos humos traes hoy.
Dean no contestó, a pesar de toda su pinta de malote, tenía serios problemas familiares, aunque, por supuesto, no eran de su incumbencia. Se limitó a poner la cadena a la moto.
-Mirad; carne fresca–comentó otro chico, Seth, el menor. Estaba aprendiendo demasiado rápido, opinó Dean.
Aarón silbó.
-Deberíamos darles la bienvenida a las nuevas como se la merecen, ¿Seth?
-Cuenta conmigo, éstas no han conocido a un tíos de verdad en su vida. Mira esa cómo lleva la falda-rió, junto con los demás-; parece que acaba de salir del convento.
Hubo una salva de aplausos y risas. Dean miró mientras se apoyaba en la moto, la verdad era que tenían razón, ninguna chica de ese distrito iba tan... normal. Allí iban todas por lo mismo.
-¿Y tú, Dean? ¿Te apuntas a la salida?-preguntó Aarón.
Todos esperaron callados y obedientes hasta que Dean contestó con una sonrisa burlona;
-Siempre me apunto.
Cuando sonó el impertinente timbre que finalizaba las clases, casi muere de placer. Había sido un día espantoso, y lo peor era que aún no había acabado. Entre empujones, salió al aparcamiento, pidiendo por favor que su madre no tardara.
El cielo estaba ligeramente nublado y casi hacía frío. De todas maneras, se puso el suéter obedientemente, mientras le pasaban por la cabeza el asqueroso día de hoy; a pesar de haberse perdido unas cuatro veces, cuando llegó a dirección, no le dieron ayuda, únicamente le tendieron una hoja que mostraba el edificio, con clases y demás... Pero la hoja resultó ser una hoja en sucio donde la secretaria realizaba cuentas rápidas.
Cuando por fin encontró su clase, su profesor la reprendió por el retraso. En el recreo, había decido no perder de vista a la gente de su clase, con la esperanza de que alguno tuviera la misma que ella la siguiente hora. Al entrar en los baños, escuchó gemidos de placer y golpes contra la puerta pintada con graffitis, de modo que se aguantaría hasta llegar al apartamento. No conocía a nadie, aunque tampoco era que ella quisiera conocer a alguien más.
Pero ahora estaba ahí, sentada en un murito del aparcamiento, con pocos vehículos aún estacionados. Maldijo para sus adentros el que no llevara consigo su iPod y se conformó con tararear Undisclosed Desires de Muse. Se recostó contra el muro y se sumió en una tranquilidad perfecta y con los ojos cerrados y consiguiendo relajarse por fin. Música de mal gusto que no venía de ninguna parte, el sonido urbano, las vías de los trenes en algún lugar cercano.
Un grito.
Sino hubiese estado concentrada habría sido incapaz de oírlo. Pero sí que lo escuchó. Se sobresaltó incorporándose y poniendo más atención para averiguar de dónde venía.
Volvió a oírlo, esta vez más ahogado que el anterior. No sabía lo que iba o debía hacer, pero no podía quedarse allí quieta. Caminó, intentando seguir su procedencia hasta que llegó a un callejón, detrás del edificio del instituto gris y dando sombra al callejón.
Dos personas pasaron no muy lejos de ella, pero estaba segura de que podían escuchar el grito. Su cara de asombro era tal que incluso dudó ella misma de si debía ayudar o no. ¿Es que a nadie le importaba si alguien estaba siendo herido?
Miró dentro del callejón, con una alcantarilla-seguramente la que conectaba con la cafetería-que echaba bocanada de vaho del suelo, y unos cubos de basura apilados a los lados del estrecho callejón. Al final de éste se veía una reja alta, metálica con una cartel anunciante ya desteñido. Esto parece Gotham, pensó Noelle.
Noelle, decidida, buscó algo en el suelo. Si alguien estaba siendo atracado o algo por el estilo, poco podía hacer ella sin nada. Encontró una mediocre piedra a sus pies y con desagrado la recogió del suelo. Sus glándulas comenzaron a generar adrenalina y su respiración aumentó ligeramente. La apretó fuerte contra su pecho y se adentró a la semioscuridad del callejón.
Allí cuatro chicos formaban un corrillo. No parecía que hiciesen nada malo, hasta que observó que un brazo, fino y delgado sobresalía de aquel círculo de cuerpos robustos y altos. Al adentrarse un poco más, pudo oír los sollozos de una chica pidiendo que la dejasen ir. Lloraba.
-Sólo queremos divertirnos contigo un rato, preciosa–rió el más alto, con un tono lascivo.
-Venga, no seas tan estrecha–le siguió otro.
No podía creer la suerte que tenía; aún no habían tomado consciencia de su presencia allí. Olía a orín y a humedad.
El más alto de todos cogió a la chica levantándola y empotrándola contra el muro, con vehemencia y rapidez. Ésta intentó defenderse, pegándole un bofetón. La marca roja que le dejó en la mejilla era visible. La sensación de orgullo que recorrió a Noelle en ese momento por la desconocida era indescriptible.
El grupito rió y se separó de la pareja. El chico abofeteado agarró fuertemente el pelo dorado y lacio de la muchacha y la miró con ira. Un punto frío apareció en el estómago de Noelle, temerosa.
-No deberías haber hecho eso, perra–y seguidamente le golpeó la cabeza contra el muro.
La chica quedó noqueada debido al golpe. En brazos de él, inmóvil. Su cuerpo parecía flácido y débil, apenas podría mantenerse en pie si el chico no la sujetase. Noelle se tapó la boca, reprimiendo el grito de horror.
-Qué cabrón, déjanos algo a nosotros–dijo uno de los cuatro.
-¡No!-apremió-Esta zorra me ha pegado, así que nadie la catará antes que yo–gritó a sus compañeros y se volvió a la chica.
Con la mano que estaba libre empezó a recorrerla rápidamente despojándola de la ropa. Noelle no pudo observar aquello por un momento más. Pensó en correr fuera del callejón y pedir ayuda, pero la acción y la adrenalina contestaron antes y se sorprendió tirándole al agresor la piedra que le acertó en la cabeza.
-¡Suéltala!–gritó Noelle a la vez que la piedra impactaba contra la cabeza del muchacho.
Éste se tambaleo y cayó en redondo al suelo, inconsciente. La incredulidad pasó por Noelle como un destello de luz rápida, porque de pronto sintió como las miradas de los tres chicos que restaban la miraban entre la perplejidad y el vicio. No tenía ni la más remota idea de lo que haría a continuación, pero estaba segura de que no venía nada bueno.
-¡Aarón!-se acuclilló uno, moviendo el hombro del recién caído.-¡Aarón!
Aún así, no pudo preocuparse más por ella que por la chica rubia, que ahora estaba en el suelo, hecha un ovillo y con media cara ensangrentada, casi desnuda. Y sabiendo que era un error, corrió hacia ella.
Los chicos rieron, aunque uno de ellos estaba arrodillado junto al otro, inconsciente.
-Vaya,-dijo uno de ellos-pero si las zorras se socorren entre ellas–dijo uno de ellos, y pateó a Noelle haciéndola caer para atrás. Ella se encogió de dolor sobre sí misma-Vamos, Seth, ¡levántala!
-Joder, yo no quiero a ésta,-miraba a la otra, sin sentido-me mola más la rubia.
-Pues tú Jordan; ayúdame–y entre los dos muchachos la incorporaron.
Decidió no luchar por el momento. Estaba casi en estado de shock, además de que le dolía la pierna donde le acaban de patear. Noelle pudo apreciar mejor sus rostros. No eran muy atractivos, pero tenían esa chispa fiera en los ojos que podía hacer que una chica cállese a sus pies, quisiera o no.
–Mmm-dijo uno de ellos, mientras Seth se ocupaba de levantar el peso muero de la rubia y la colocaba contra la pared.-Me pone.-apartó a Jordan, que se puso al lado de su compañero tendido en el suelo-Me voy a tirar a ésta preciosidad.
Ella le asestó un bofetón arañándole la cara. Al contrario que su compañero, eso pareció agradarle. Enfermos todos, pensó Noelle. A pesar de su sonrisa, dejó de sentir que la sangre le corría por los brazos, pues el agarre de éste se había hecho increíblemente duro.
-Me gustan las peleonas–dijo este, y se inclinó para besarle el cuello.
Noelle no quería gritar, ni llorar, pero era su primer día oficial en aquella ciudad y ya la iban a violar. Un repentino ataque de dignidad venció el dolor y la rendición y justo entonces se preparó para luchar.
-¡Ya es suficiente!–ordenó una voz autoritaria cerca de ellos.
Su corazón latía a cien por hora, había esperado sentir la humedad de la boca de aquel muchacho que la mantenía prisionera y aquella voz hizo que se salvara. No sabía si era una buena o mala señal, pero no bajó la guardia. Sin embargo, abrió los ojos.
Por entre el pelo que le caía a raudales por la cara, observó que la voz pertenecía a un chico alto y muy atractivo. Éste la miraba fijamente desde el principio del callejón, sin mostrar ningún atisbo de simpatía, solamente cierta curiosidad.
Entonces miró a sus pies y enarcó una ceja confuso.
-¿Qué le ha pasado a Aarón? ¿Demasiada diversión?
Seth, que había soltado a la chica rubia, lo miraba alterado, como queriendo dejar claro que él no tenía nada que ver.
-Esa perra de ahí le tiró un pedrusco a la cabeza y cayó redondo–dijo Seth señalando a Noelle.
Su corazón volvió a dar un vuelco.
-Bien, Ben. Suéltala–ordenó el chico al acosador de Noelle.
-Pero…-protestó éste.
-¡He dicho que la sueltes, joder!–repitió sin paciencia alguna y al instante la presión que sentía Noelle desapareció.
Volvió a sentir la sangre por los brazos con un hormigueo y sus pies tocaron el suelo pegajoso. No se había percatado de que estaba en el aire.
–Llevaros a Aarón, yo me encargo de la chica–al decir eso, mostró una mueca burlona.
-¿Y con la otra que hacemos, Dean?–preguntó Seth, desconsolado.
-Déjala ahí, ya la encontraran.-contestó el chico con una indiferencia que dejó pasmada a Noelle. ¿Pero dónde la había llevado su madre?-Además, con el golpe que tiene en la cabeza seguro que no se acordara de nada.
Los tres chicos hicieron lo que este ordenó, recogieron a su compañero y lo llevaron fuera del callejón sin rechistar, pasando por al lado de Noelle y Dean. Ésta no se sintió más segura cuando se quedó sola-sin contar con la chica tendida en el suelo-con aquel chico de cazadora de cuero y pinta de no tener cargos de conciencia.
Dedujo que sería poco menos que el líder. Éste a diferencia de los otros mostraba elegancia, si no hubiese visto cómo ordenaba a aquellos matones, incluso podría pensar que era un buen chico. Su mirada era divertida y la mueca burlona aún seguía ahí. Se acercó a ella mientras le preguntaba:
-¿Cómo te llamas?
Ella no contestó, desviando la mirada al suelo. No salía de un lío para meterse en otro, pensó. Aunque quisiera decirlo, no podía hablar, se había quedado callada antes de que él llegara.
El chico suspiró impaciente. Se puso delante de Noelle y ladeó la cabeza, apremiante.
-¿Estas sorda?-le preguntó-Que cómo te llamas.
Siguió sin hablarle, con la mirada fija en el suelo del callejón. Intentó pensar en su madre, en su vida, en lo mal que le quedaba el uniforme, pero en vano. Las lágrimas se evaporaron, sin rastro alguno de haber enaguado sus ojos antes.
El muchacho le quitó un mechón de pelo que la tapaba la cara y como acto reflejo, el brazo de Noelle se volvió contra la cara del muchacho. Él lo paró antes de que le diese en plena cara y la miró sonriendo.
-Si que eres peleona–dijo riendo.
-¡Que te jodan!-dijo entonces, llena de rabia e impotencia.
-Vaya, ya hablas–dijo aparentando sorpresa–me pregunto qué habré hecho para que me hables... ¿Ha sido esto?–y repitió el acto.
-¡No me toques!-se apartó ella, pero él fue más rápido y la cogió de un brazo, impidiéndole huir.
-No, no, no; ahora vas a hablar conmigo–dijo esta vez tajante. Ya no había broma en sus palabras y eso la hizo estremecer–y puesto que sé como hacerte hablar, más te vale que lo hagamos por las buenas, ¿entendido?
Noelle tragó saliva, y lo miró directamente a los ojos, claros y llenos de pestañas rubias oscuras, castañas como su pelo. Ésos ojos la miraban y ella asintió, muerta de miedo, aunque jamás lo admitiría.
-Qué lástima,-dijo él decepcionado-me habría gustado que no hubieses cedido.
Su voz fue ronca y mirándola de arriba abajo, suspiró deseoso.
-Bien, volvamos a empezar; ¿cómo te llamas?
Tras unos segundos contestó:
-Noelle.
-Mmm Noelle,-dijo divertido-me gusta.
Noelle tenía los hombros en tensión y a medida que él apretaba más el agarre en su brazo, y ella se curvaba hacia atrás, evitándolo.
–Bien Noelle, escúchame atentamente.-hablaba como un experto en esas situaciones, cosa que no la hizo sentir mejor-Más te vale que de esa boquita de fresa no salga nada. Porque sino, habrá problemas–le advirtió. Su tono era cordial, e incluso parecía amable-De modo que harás como si esto no hubiera pasado. Recoges a tu amiga y te largas.
-No–contestó inmediatamente, llena de valor de repente.
-¿No, qué?
-Que no pienso hacer como si esto no hubiese pasado. Estás fumado si crees que no voy a denunciaros.
-Bueno, un poco fumado si que estoy,–dijo bromeando–pero voy totalmente en serio. Este incidente…, no estaba planeado así ¿sabes? Les dejas solos un rato y se ponen a violar a jovencitas indefensas.-explicó tan tranquilo, como quien habla de la travesura de un hijo.
Ella se quedó mirando al muchacho con los ojos muy abiertos. No podía creerse lo que oía.
-Me da igual–logró decir ella–no pienso callarme.
Los ojos del muchacho se mostraron fieros esta vez.
-Está bien, te voy a hacer un favor–la mano del chico descendió acariciándole levemente el cuello. A Noelle se le puso la piel de gallina-No tendrás que volver a preocuparte por esto, la chica al fin y al cabo no ha sufrido ningún daño, salvo una contusión. Y tú…,–hizo una pausa observándola fijamente–desde ahora éstos no te tocarán.
-Eso no me ayuda en nada–replicó ella. Haciendo fuerza poco a poco contra él, pero era imposible, su brazo jamás se soltaría si él no quería.
-¿Ah, no? Te estoy diciendo que no te harán daño.
-Ya, a mí no, ¿pero qué hay de las otras chicas? ¡Mañana podrían hacer lo mismo en otro callejón!
-¿Qué te dice que no lo estén haciendo ahora mientras tú me entretienes?–replicó este con un deje de burla. Ella notó que se reía en su cara–No soy Dios, preciosa, lo que ellos hagan pocas veces lo controlo.
-Hoy lo hiciste–replicó–acabas de pararles.
-Cierto,–coincidió él–pero me da igual lo que les pase a las demás chicas, no estoy interesado en ellas.
A Noelle le dio un vuelco el corazón. ¿Eso era una insinuación?
-Así no llegaremos a ningún lado,-dijo él, zanjando de una vez el tema-y doy por hecho que los dos tenemos cosas que hacer en estos momentos. Así que; te prometo que mientras yo esté presente no le pasará nada a ninguna chica. Puedo convencerlos de que vayan a violadores anónimos si te deja más tranquila.
-No tiene gracia.-entrecerró los ojos, iracunda.
-No pretendía hacer un chiste.–cortó el muchacho–Ahora bien, ¿vas a confesar?
Noelle cabeceó de nuevo diciendo que no. El rostro del muchacho se iluminó con una sonrisa triunfal. La soltó y la miró por entero de nuevo, algo que por lo que se veía era muy normal en la ciudad.
-Muy bien Noelle, nos llevaremos bien tú y yo.
-No cuentes con ello.-contestó resistiendo el impulso de acariciarse el brazo por donde le dolía.
-Vaya, me partes el alma.
Ésta se volvió hacia la chica dando la espalda al muchacho. Pero de repente él la agarró de nuevo del brazo fuertemente volteándola. El giro fue tan fuerte e inesperado que Noelle ahogó un grito y chocó contra su pecho.
-¿Qué pasa? ¿No vas a darme las gracias?-su mirada era pura curiosidad.
-¿Que te de las gracias por qué?–preguntó confusa y a la vez furiosa–No voy a denunciaros, ¡yo no tengo nada que agradecerte!
-No, la denuncia sólo cubre el que pare a esos idiotas cuando vayan a hacer cosas sucias,-explicó, como buen mafioso-ahora me refiero al hecho de que paré a Ben a menos de medio metro de ti.–sonrió pícaro–En esta vida nada es gratis, preciosa.
-¡Deja de llamarme así!–se quejó Noelle irritada–Ahora no llevo dinero encima.
-Qué ingenua eres.–dijo él riendo–El dinero me sobra, ¿sabes?
-Entonces, ¿qué...?-preguntó confusa.
-Entonces quiero que me beses.
Se quedó boquiabierta. Esto no podía estar pasándole a ella. Sin embargo, parecía que lo decía completamente en serio. Consciente de que había demasiado poco espacio entre ambos, intentó separarse.
-Ni en sueños te besaría.
-Vaya,–dijo éste desilusionado–tendré que hacerte soñar con ello, entonces.
Ni siquiera le dio un segundo para pensar. La mano del muchacho se tensó bajo su brazo y la atrajo más hacia sí. Y la besó.
Noelle se quedó de piedra. No era precisamente un beso dulce, ni siquiera un beso bonito. Era más fiero, desesperado y experto. Los labios del muchacho se movían insistentes contra los suyos, los cuales intentaban resistirse ante el repentino ardor que desprendía la boca de aquel chico. Se movió contra él y logró separarse a duras penas. Acabó jadeando a la vez que se llevaba la mano a la boca, incrédula.
-Apuesto que soñarás con eso.–dijo y la guiñó un ojo–Nos vemos, preciosa.
Y así se fue, dejándola con aquel extraño sabor en la boca, el sabor de un beso robado.
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